¿Existe la obesidad metabólicamente sana?

Contenido del artículo

      • Qué es la obesidad
      • Cambios en la obesidad
      • Obesos metabólicamente sanos
      • Consecuencias obesidad
      • Cómo mantenernos sanos
      • Conclusión

Esta es una de las dudas más comunes que uno puede no solo leer en redes sociales, sino también escuchar en la consulta o en una cena con amigos o familiares. Pero ¿es esto posible? ¿O ser obeso y estar sano es una antítesis?

Este es un tema difícil de abordar, y muy comentado, aunque en muchas ocasiones sin argumentos científicos detrás, más bien experiencias personales del estilo: “aunque esté obeso sus analíticas salen perfectas”.

De hecho, hubo un tiempo en que el término fofisano estuvo de moda. Fofisano hacía referencia a la persona que mostraba algo de sobrepeso pero que realizaba deporte con frecuencia.

Sin embargo, la realidad es que el exceso de grasa acumulada predispone al desarrollo de síndrome metabólico, de diabetes tipo 2, de enfermedad cardiovascular o de cáncer. La cuestión reside en si se puede tener un exceso de grasa acumulada y así y todo prevenir su desarrollo. Es la conocida como obesidad metabólicamente sana.

Qué es la obesidad

Según la OMS, el sobrepeso y la obesidad se definen como una acumulación anormal o excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud.

Una definición bastante más guerrera es la de Pasca y Montero: “es una enfermedad sistémica, multiorgánica, metabólica e inflamatoria crónica, multideterminada por la interrelación entre lo genómico y lo ambiental, fenotípicamente expresada por un exceso de grasa corporal (en relación con la suficiencia del organismo para alojarla) y que conlleva un mayor riesgo de morbimortalidad”.

Para mí, la obesidad es una bendición. Es la muestra de la enorme capacidad de adaptación del ser humano para cualquier medio ambiente, incluido el actual. La posibilidad de acumular una enorme cantidad de grasa nos salva la vida, literalmente, al menos a corto plazo.

Su antítesis es la lipodistrofia, una enfermedad en la que no se puede acumular la grasa en el tejido subcutáneo y que va acompañada de una pronta mortalidad.

Cambios en la obesidad

En cualquier caso, lo que hemos de entender es que en la obesidad el tejido adiposo está aumentado de dos formas: hipertrofia (aumento del tamaño de sus células, los adipocitos) e hiperplasia (aumento del número de adipocitos).

Los adipocitos hipertrofiados por la mayor acumulación grasa se caracterizan por una menor sensibilidad a la insulina, hipoxia, estrés oxidativo, inflamación y una mayor muerte celular (apoptosis), de forma local.

Respecto a estos, dos aclaraciones:

  • la mayor muerte de adipocitos no compensa el exceso de estos, ya que la velocidad de recambio es mucho mayor.
  • Esta pérdida de sensibilidad a la insulina es un intento del adipocito de vaciarse de carga. Recordemos que la insulina da la señal al tejido adiposo de no liberar más ácidos grasos, y de ponerse en modo acumulación. Estas células están tan llenas que se resisten a acumular más e intentan vaciarse de contenido, de ahí que se genera esta resistencia a la insulina.

Cuando los adipocitos llegan a su máximo de acumulación, el organismo comienza a depositar la grasa de forma visceral y ectópica, generando lipotoxicidad y resistencia la insulina e inflamación sistémicas. Ya no es un problema local sino de todo el organismo.

Obesos metabólicamente sanos

La obesidad metabólicamente sana se caracteriza por la ausencia de anormalidades normalmente asociadas al sobrepeso: dislipemia, hipertensión, resistencia a la insulina, glucosa elevada en ayunas o marcadores inflamatorios.

Este perfil se observa en pacientes con obesidad con las siguientes características: son jóvenes, activos físicamente, con un mejor estado nutricional (es decir, comen mejor) y con bajos niveles de grasa visceral y ectópica.

¿Por qué estas personas no muestran estos signos? La respuesta es más fácil de lo esperado: Porque todavía no han llegado a su límite.

Toda persona, tiene un límite de acumulación de grasa a partir del cual esta comienza a acumularse en gran cantidad en la zona visceral, y es a partir de este punto donde aparecen las anormalidades antes mencionadas.

Es decir, que las personas con obesidad metabólicamente sanos simplemente tienen una mayor resistencia a la deposición ectópica de grasa. Esto lo vemos cuando seguimos en el tiempo a personas con estas características.

Observamos que, con el paso de los años, algunos de ellos comienzan a presentar algunos de los signos mencionados. ¿Qué pasa para que empiecen a manifestarlos? Pues que siguen engordando y sobrepasan su propio límite. O simplemente envejecen, proceso que rebaja el límite.

En un estudio se siguió a personas con obesidad metabólicamente sana durante 6 años.  Más de un tercio de la muestra dejó de ser en ese periodo de tiempo metabólicamente sana. ¿Qué nos dicen los datos antropométricos?

Pues que los que dejaron de ser sanos habían aumentado su IMC (índice de masa corporal), su circunferencia de la cintura, y el ratio cintura-cadera. Es decir, habían llegado a su límite.

En cambio, aquellos hicieron cambios saludables en su estilo de vida evitaron esta transición. En estos se vio que aumentó la respuesta de las hormonas incretinas a la ingesta, se redujo la cantidad de grasa abdominal y visceral y mejoró la sensibilidad a la insulina.

Si has leído mi artículo sobre cómo se desarrolla la diabetes tipo 2, sabrás que la relación entre la grasa visceral y la sensibilidad a la insulina es inversa. Es decir, a mayor grasa visceral acumulada, mayor resistencia a la acción de la insulina.

Por tanto, en cuanto esta población ha llegado a su límite de acumulación en el tejido adiposo, y han comenzado a acumular grasa visceral, como consecuencia ha aumentado su resistencia a la insulina y han empezado a aparecer signos de esta, como la dislipemia o la hipertensión.

Consecuencias obesidad

¿Quiere decir esto que, mientras no lleguemos a este límite, no pasa nada? Pues no. Vemos que los niveles de proteína C reactiva, un marcado inflamatorio, están elevados en personas con obesidad metabólicamente sana.

Su riesgo de desarrollar diabetes tipo 2 es cuatro veces superior al de personas en normopeso, y solo la mitad del de personas con obesidad metabólicamente insana. Su riesgo de desarrollar hipertensión, enfermedades cardiovasculares o respiratorias o demencia está a medio camino entre los 2 grupos antes mencionados. También su mortalidad por todas las causas.

La obesidad causa una disminución de la capacidad contráctil del músculo, acompañada de un cambio en el perfil de fibras (transición de fibras lentas a fibras rápidas, las cuales tienen una menor capacidad de oxidar grasa y un menor impacto en la sensibilidad a la insulina) y de una reducción de la fuerza relativa. Es decir, provoca un empeoramiento de la calidad muscular.

Además, esto crea un peligroso círculo vicioso: esta merma puede llevar a reducir los niveles de actividad física y por tanto de quema de energía, causando una mayor acumulación de grasa y un empeoramiento mayor de la calidad muscular y de la calidad de vida.

A nivel mitocondrial (las mitocondrias son nuestras centrales energéticas), su capacidad para oxidar grasa es superior a la de aquellos con obesidad metabólicamente insana, pero inferior a la de aquellos con un peso saludable.

En general, las mitocondrias de personas con obesidad producen menos energía, y estas producen una mayor cantidad de radicales libres, los cuales pueden dañar a las propias células y activan procesos inflamatorios. Además, su capacidad para producir nuevas mitocondrias (mitogénesis) también está impedida.

Finalmente, también produce alteraciones en el cerebro y en la barrera hematoencefálica, conduciendo a una menor liberación de adiponectina (una hormona antiinflamatorio y que aumenta la sensibilidad a la insulina) y a alteraciones en zonas como el hipocampo, encargado de los procesos de memoria y aprendizaje.

Cómo mantenernos sanos

Pese a sufrir (o gozar) de obesidad, hay mucho que podemos hacer para que su impacto sobre nuestra salud sea lo menor posible.

Lo primero es cambiar nuestra alimentación. El consumo de pescado en general, y de omega-3 en particular, se asocian con una mayor probabilidad de estar metabólicamente sano, con una mayor oxidación de grasa y tiene un marcado efecto antiinflamatorio.

Un elevado consumo de verduras, frutos secos y frutas aumenta nuestra capacidad antioxidante, lo que previene la generación de radicales libres, tienen un marcado carácter antiinflamatorio y aumenta la diversidad y calidad de la microbiota.

En cuando a la actividad física, lo ideal es una combinación de entrenamiento de fuerza y entrenamiento aeróbico. El primero mejora la calidad de la masa muscular y la fuerza, el segundo potencia las fibras de velocidad lenta, las cuales como hemos visto disminuyen en pacientes con obesidad.

Un adecuado descanso facilitará la toma adecuada de decisiones respecto a la alimentación, y facilitará el desempeño de ejercicio físico, ya que dormir mal impacta en nuestras elecciones y predispone a escoger malos alimentos y a reducir los niveles de actividad física.

Un aspecto con el que debemos tener cuidado son las sucesivas subidas y bajadas de peso. Si bajamos de peso sin entrenar fuerza, es fácil que arrastremos masa muscular en el proceso, lo que empeora la calidad de esta y facilita la posterior ganancia de masa grasa.

Por tanto, si tras un cambio de hábitos hemos conseguido reducir nuestra masa grasa, es vital mantener un alto nivel de actividad física, ya es que es el factor que más previene la recuperación del peso perdido.

Conclusión

La capacidad para extender el tejido adiposo, llamada obesidad, es una bendición que nos libra de la enfermedad, a corto plazo.

Todos tenemos una capacidad máxima de acumulación de grasa en el tejido subcutáneo. Una vez superada, la grasa comienza a acumularse de forma visceral y ectópica.

En el primer escenario, hay una merma importante de salud, pero no es tan grave como en el segundo escenario, el cual debemos prevenir a toda costa.

La diferencia entre ambos está en ese límite que no debemos superar, al cual llegamos al acumular una mayor cantidad de grasa o al envejecer.

En cualquier caso, hay mucho que podemos hacer para mantenernos sanos, pese a acumular un exceso de grasa. El ejercicio físico, una adecuada alimentación y el descanso son los pilares clave sobre los que descansa nuestra salud.

 

Referencias:

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