Inflamación en diabetes

Contenido del artículo

        • ¿Qué es la inflamación?
        • Inflamación crónica de bajo grado
        • Cómo aparece la inflamación crónica de bajo grado
        • La inflamación crónica de bajo grado causa resistencia a la insulina
        • Inflamación y envejecimiento
        • Cómo reducir la inflamación
        • Conclusión

Uno de los signos a los que siempre hago referencia cuando hablo de diabetes, de resistencia a la insulina o de consecuencias de la hiperglucemia, entre otros, es la inflamación.

Sin embargo, en ocasiones parece que utilicemos la inflamación como un comodín para hablar sobre algo abstracto, y no siempre alcanzamos a imaginar la magnitud del efecto (y del daño) que puede causar sobre nuestra salud.

Por eso, creo que es necesario que conozcas de primera mano de qué hablo cuando digo inflamación.

¿Qué es la inflamación?

La inflamación es un mecanismo de supervivencia que provoca la activación de células inmunitarias y no inmunitarias para protegernos de bacterias, virus, toxinas y todo tipo de infecciones y daños, y que además desencadena los procesos de reparación y recuperación de tejidos dañados.

Es decir, la inflamación activa de manera temporal procesos dentro de nuestro organismo para protegernos de posibles daños causados por agentes externos y/o para reparar los posibles perjuicios debidos a estos agentes externos o por traumatismos, caídas, etc.

Dependiendo de si el tamaño de la inflamación generada, esta podrá ser local (tras un golpe en el dedo, por ejemplo) o sistémica (tras un aparatoso accidente de tráfico).

Una de las consecuencias de la inflamación es que disminuye el gasto energético en algunos procesos para destinar la energía al sistema inmune y que pueda actuar. Este desvío energético puede causar síntomas como fatiga, problemas de sueño, apatía, falta de hambre, bajo lívido, tristeza y otros que ya deberían sonarte más como dislipemia, aumento de la tensión arterial y resistencia a la insulina.

Todos estos síntomas pueden ser da ayuda a la hora de resolver una infección o la recuperación tras un accidente. Y como la inflamación es de carácter transitorio, una vez resuelto el problema, remite.

Sin embargo, en algunas ocasiones la inflamación se cronifica en un estado disminuido pero constante. Llamamos a esto inflamación crónica de bajo grado.

Inflamación crónica de bajo grado

La inflamación crónica de bajo grado o inflamación sistémica crónica es aquella inflamación que se caracteriza por la activación de componentes del sistema inmune que normalmente no se activan en una respuesta inmune aguda y que además suele causar daños colaterales en el organismo, como un aumento del estrés oxidativo.

Este tipo de inflamación aparece como consecuencia de nuestro estilo de vida. Se relaciona especialmente con la obesidad y todas las vías que conducen a ella: dietas altas en azúcares, en grasas saturadas de cadena larga, pobres en magnesio, en pescado o en fibra, el sedentarismo o la falta de sueño. También aparece en enfermedades crónicas como asma, enfermedad inflamatoria intestinal o artritis reumatoide.

Las consecuencias de la inflamación crónica son alteraciones en los distintos órganos y tejidos del cuerpo humano y a largo plazo puede aumentar el riesgo de desarrollar enfermedades no transmisibles, como diabetes tipo 2, depresión, enfermedades cardiovasculares o enfermedades neurodegenerativas.

Además puede impedir el desarrollo normal del sistema inmune, provocando una mayor vulnerabilidad frente a infecciones o una peor respuesta inmune. Que el 30% de los muertos por covid-19 padezcan diabetes no es casualidad. La inflamación crónica de bajo grado vuelve más susceptibles a la enfermedad y a la infección a aquellos que la sufren.

Fuente: Chronic inflammation in the etiology of disease across the life span.

Cómo aparece la inflamación crónica de bajo grado

El tejido adiposo está formado sobre todo por células donde se almacena grasa, llamadas adipocitos, aunque también por células inmunes (y algunos otros tipos que no entraré a valorar).

Es un tejido hormonalmente muy activo, y de él se liberan multitud de hormonas con funciones muy distintas como la leptina, la adiponectina o mensajeros pro y antiinflamatorios. Estos mensajeros reciben el nombre de citoquinas (si nos referimos a todos los mensajeros) o adipoquinas (si nos referimos solo a los liberados en el tejido adiposo).

Cuando estos adipocitos están llenos de grasa acumulada, debido al exceso energético, es posible que algunos mueran por la presión contra la matriz extracelular (es el tejido que está entre los adipocitos y los mantiene unidos) o porque no les llega suficiente oxígeno (hipoxia). Entonces los adipocitos liberan citoquinas proinflamatorias.

Algunas de las citoquinas proinflamatorias más conocidas son TNF-α, IL-1β o CRP (factor de necrosis tumoral, interleuquina y proteína C reactiva respectivamente). Estas y otras citoquinas atraen a los macrófagos del sistema inmune, para se encarguen de limpiar la zona afectada. Son como los camiones de la basura del cuerpo humano.

Los macrófagos tienen dos modos de estar presentes: modo trabajo (M1) o modo relax en el sofá, que ya ha trabajado bastante por hoy (M2). En personas sanas, la mayoría de los macrófagos están en modo M2, relajados y a la espera del día siguiente. En personas con obesidad, por la gran cantidad de adipocitos a rebosar de grasa, los macrófagos están en modo M1, trabajando a destajo.

Como hay tanto trabajo y requieren ayuda, los macrófagos liberan a su vez más citoquinas proinflamatorias para que lleguen más macrófagos a ayudar. La cantidad de macrófagos aumenta desde un 10% del tejido adiposo en personas sanas hasta un 40% en personas con obesidad. Como habrás adivinado, esto aumenta mucho la inflamación.

Por lo tanto, el principal determinante del estado inflamatorio es la saturación de nuestros almacenes en el tejido adiposo. Esto se observa en los conocidos como “obesos metabólicamente sanos”, cuyos niveles de inflamación y de resistencia a la insulina son menores que el del resto de obesos porque su capacidad de almacenaje todavía no está saturada. No obstante, sus niveles de inflamación son mayores que en personas sanas.

Si no dejamos que nuestro tejido graso se vacíe un poco, nunca resolveremos el problema, y todo este proceso se volverá crónico.

La inflamación crónica de bajo grado causa resistencia a la insulina

Para hacer frente a una infección o a un traumatismo, el sistema inmune requiere de energía, especialmente en forma de glucosa, y compite con el resto de los órganos y tejidos del organismo para poder obtenerla.

Para ello, los macrófagos que te he presentado anteriormente, en modo M1, liberan la citoquina TNF-α, que provoca un aumento de la resistencia a la insulina, como un mecanismo adaptativo de defensa que asegura un suministro energético suficiente al sistema inmune, a costa del suministro a otras células del cuerpo como las musculares, que se verán obligadas a oxidar más grasa.

Es algo similar a lo que ocurre durante el embarazo y en la diabetes gestacional, solo que en esta ocasión es la inflamación la que desencadena el proceso. Así, la resistencia a la insulina generada asegurará una mayor liberación de ácidos grasos desde el tejido adiposo para asegurar las necesidades energéticas del resto de células, y de glucosa desde el hígado para alimentar al sistema inmune.

Solo que, en esta ocasión, la inflamación no se enfrenta a un proceso natural y normal, sino a una situación nueva y extraña para él: el exceso energético constante. Como te dije, a lo largo de nuestra evolución nunca nos hemos encontrado con la capacidad actual para comer en exceso en cualquier época del año. A lo largo de nuestra historia nuestro cuerpo se enfrentaba a pequeños periodos de abundancia y otros de escasez. No estamos diseñados para la situación actual.

Podemos concluir pues que la inflamación tiene un papel fundamental en la baja flexibilidad metabólica de las personas con obesidad y diabetes, dado su efecto sobre la sensibilidad a la insulina.

Por si fuera poco, tanto la resistencia a la insulina como las citoquinas proinflamatorias por sí solas disminuirán la sensación de saciedad, lo que puede conducir a un aumento de la ingesta y un agravamiento del problema. Esto tiene mucho sentido si entendemos que la inflamación normalmente se eleva cuando hay daños, y el organismo necesita nutrientes y energía para reparar esos daños.

Inflamación y envejecimiento

Paralelamente, con el envejecimiento el tejido adiposo pierde parte de su capacidad para generar nuevos adipocitos. Por tanto, tiende a un mayor acúmulo visceral y menor subcutáneo (ya sabrás que esto no es bueno), a una mayor producción de citoquinas proinflamatorias y una menor producción de citoquinas antiinflamatorias, a un aumento del estrés oxidativo, de la hipoxia y a una mayor disfunción mitocondrial. A este fenómeno se le conoce como “inflammageing”, cuya traducción literal sería “inflamaenvejecimiento”.

Por todos estos cambios parece que es el tejido adiposo el mayor contribuyente al aumento de los niveles de inflamación que se observan en el anciano.

En el lado opuesto, la capacidad antioxidante y antiinflamatoria también se ve reducida con el paso de los años. Por ejemplo, se reducen los niveles de sirtuinas, que son una familia de proteínas con una potente actividad antiinflamatoria, y se reduce la síntesis de glutatión, nuestra principal arma antioxidante.

Este mayor nivel de inflamación parece estar detrás del gran número de ancianos que desarrollan diabetes tipo 2 con menores niveles de grasa que otros diabéticos tipo 2 más jóvenes.

Cómo reducir la inflamación

En el lado contrario a las citoquinas proinflamatorias, el músculo también emite otros mensajeros, llamados mioquinas, que pueden actuar como antiinflamatorios. Estas se liberan durante y tras el ejercicio físico. Se ha demostrado en varios estudios que la práctica deportiva, incluso sin variación en el peso, reduce los niveles de inflamación, entre ellos los de leptina (que en exceso actúa como proinflamatoria) y aumenta los de adiponectina, una hormona con una potente actividad antiinflamatoria.

En cuanto a la alimentación, las dietas muy bajas en calorías también aumentan la liberación de adiponectina, e inhiben citoquinas proinflamatorias. No por comer poco, si no debido al vaciamiento de nuestras reservas de grasa.

Un adecuado aporte de vitaminas, fibra y minerales aumentará nuestra capacidad antioxidante y antiinflamatoria, no solo por los micronutrientes aportados, sino por el ácido butírico que genera la microbiota del colón al fermentar la fibra, con marcada actividad antinflamatoria.

Mención aparte merecen los ácidos grasos omega 3 EPA y, especialmente, DHA. Son precursores de varias moléculas antiinflamatorias: resolvinas, protectinas y maresinas. Del omega-6 también deriva la lipoxina. Todas han demostrado ejercer potentes efectos para frenar la inflamación y revertirla.

Conclusión

La inflamación, a corto plazo, es un mecanismo protector que nos ayuda a hacer frente a daños e infecciones. En cambio, cuando se cronifica, provoca problemas de salud como resistencia a la insulina y predispone al desarrollo de multitud de enfermedades, como cardiovasculares, neurodegenerativas o cáncer.

Por ello debemos reducir nuestro estado de inflamación mediante un estilo de vida saludable, el cuidado de la ingesta de ciertos nutrientes y la pérdida de masa grasa cuando sea necesaria.

 

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